Era la época del año en que las hojas empezaban a caer de los árboles. Tortuga caminaba por ahí cuando vio a varias aves reunirse y hacer mucho ruido, despertando su curiosidad.
–Oigan –dijo Tortuga–, ¿qué pasa?
–¿No sabes? –dijeron las aves–. Estamos preparándonos para volar al sur a pasar el invierno. Pronto hará mucho frío y caerá nieve. En el sur hará calor y hay mucho alimento.
–¿Puedo ir con ustedes?– preguntó. –Pero tienes que volar y tú eres una tortuga. –¿Existe alguna forma de que puedan llevarme? –suplicó la Tortuga. Finalmente, las aves aceptaron.
–Muerde este palo, firmemente –dijo uno de las aves–. Estas dos aves asirán los extremos con sus patas. Así podrán transportarte. Pero recuerda: tienes que mantener la boca cerrada.
–Eso es fácil –dijo Tortuga–. Ahora, vayamos al sur, donde el verano guarda todo ese alimento.
Pronto surcaban el cielo hacia el sur. Tortuga se preguntaba qué lago estaba debajo, cuáles eran las colinas que ob-servaba y cuánto faltaba para llegar al sur. Deseaba preguntar, pero no podía hacerlo con la boca cerrada. Intentó hacer señas con las patas, pero las aves fingieron no verla. Ahora se encontraba molesta. ¡Qué les costaba decirle dónde se encontraban! Finalmente, se desesperó. “¿Por qué no me escuchan…?”. Pero eso fue lo único que pudo decir, porque en cuanto abrió la boca para hablar, soltó el palo y empezó a caer. Tenía tanto miedo que metió patas y cabeza dentro de su caparazón para protegerse. ¡Cayó con tanta fuerza que rajó su caparazón! Tenía tanto dolor que se introdujo en un estanque cercano, nadó hasta el fondo y se enterró en el lodo. Durmió todo el invierno y no se despertó hasta primavera.
Por eso solo las aves vuelan hacia la tierra donde vive el verano, mientras que todas las tortugas, cuyos caparazones están rajados, pasan el invierno durmiendo.